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"<>'.^ ;.) ^\ 'tr -v.^. iijjf ^)^ce^nítoifno (y)eñoz yjfañttán isienetat cíe ios (^ féretros o/Gactonaúo ^), o/osé 2Soí>ex ^/ofnt'naue^, c^rreste/eníe e/e^ \¿onoeio e/e Q/Üotntotroc^ u> Q/íkintsíic c/e ui \£tiuerra^ c/os i>eces uiuzeac/o con ui cru% cíe (d>an ojetnanoío, \\V\ ^cT\eTaV. Tvie^o me ^errcvWa (ieiVcarle es\e Vum'Aác \ra\)ay), o^ue T\o V\ex\e más métWo, chuela átescnpc\ÓT\ esc\ie\a Ae \as ^ex\aV\áiaáLes SM^náas ^ eic\\\3LS\asmo^ senWAos ^or e\ QQ'^ércWo en \as guerras áie 0OM\)a. ^\ en es\a oW se Viacen c\ex\as a\us\ox\es, AeVjxáias más V\en ¿ ies^rada general, o^ue á cu\pa ipatWcuW, so\o es ^ara o^ue nos ^\T9an áe e"^emp\o en ocasiones ^uxutas. q\ Tes^e\o >( a^ec\o o^ue \oáo m\V\\aT ^\en\e \\ác\a \, ^. >( \as ¿Le^erenáas >( am\^\aá o^ne ^Vempre me \\a áiKs^ensaio, me \m^\Asan á ofrecerle es\e IraVa^o, en pTMe\)a ie ^\i\)0TáL\nac\ón >^ ajfaiecxmxenXo. jTueic\e^en\uTa 30 ie ^eipV\em\)re áie \30&. C^xcmo. ^eñoT. 0Lutoo CONSIDERACIONES «Qpand on écrit pour satisfaire á 1' inspi- >ration interiere, dont 1* ame est saisie, on >fait connaitrc par les ecríts, tnéme sans ie >vouloir, jusqu' aux moin dres nuances de sa > maniere d' étre et de penser.» Aí««. de Stael. Si el lector espera encontrar en esta obra una buena correc- 'Ción de estilo literario y grandes acontecimientos historico-püliti- cO'guerreros, está en un error. Como la verdad no necesita de los adornos de la retórica, escribimos al correr de la pluma y relatamos «des petits sou- venirs seulment» , hijos de algunos acontecimientos de las gue- rras separatistas que España ha sostenido en la Isla de Cuba desde 1868 á i8g8, á grandes rasgos nada más; pero en ellos, hay datos para la historia y detalles desconocidos para la mayo- ría de los españoles, que nunca han sabido la clase de lucha moral y material que alli se ha sostenido, mientras en los casti- llos y fuertes de Cuba, ha ondeado enhiesta la bandera de la Patria. En la narración de los hechos seguimos el orden cronológico y se relatan sucesos, anécdotas, combates, algo del estado y situa- ción del enemigo y de nosotros, durante aquella lucha /raticida y de asesinatos, atropellos, traiciones, incendios y destrucciones, raptos y robos que secundan la invasión de los bárbaros del Norte, más bien que una guerra en plena civilización. VI En esta obra no se trata de zaherir á nadie; antes bien se- hace honor á quien honor se debe. Si alguna persona de aqui ó de allá, se cree aludida, ofen- sivamente, que repase su conciencia antes de arremeter contra el autor, que sobre todo, dice la verdad de lo que sabe, de lo que ha visto y de logue le ha ocurrido y téngase en cuenta, además, que se dejan muchas cosas y casas en el tintero, para evitar agravios, precisamente. Como es costumbre que todo libro sea precedido de un prró- logo que resuma algo del contenido, he rogado á mi excelente a7nigo y jefe, el señor Don Ramón Domingo é Ibarra, Coronel del Cuerpo de Estado Mayor, sea fiel intérprete de mis sen- timientos y haga el obsequio de escribir el prefacio de esta obra, ya que ha nacido en Cuba y ha trabajado m^ucho con la pluma y con la espada, para que, aquella perla de las Antillas, fuese: siempre española. A QUISA OE PRÓLOGO — » >x> » — ¡uÉNTASE de \yci fresco que ganoso de proporcionar relacio- nes de conveniencia á su compañero, lo presentó muy correcto á ciertas damas, retirándose después, ya que él era desconocido. Así haré con mi amigo Serra, quien en atenta carta me pide unas cuartillas para el tomo de I^ecnevdos de las gueviras de Cuba que acaba de escribir, porque, según dice, la lectura de mis Cuentos históricos le ha sugerido la creencia de que si todos los que estuvieron en aquellas campañas relatasen las impresiones de sus recuerdos, resultaría un trabajo útil para la sección de historia. «Deseo, añade, que el prólogo sea imparcial, sin bombo ni platillos. Lo que V. crea y nada más.» Para los que conozcan al Teniente Coronel Serra y Orts, -este libro será una especie de fotografía de cuerpo entero con muy buen parecido; á los que no le hayan tratado é ignoren que por encima y al final de todo puede definirse á nuestro •cuentista diciendo que es un gran corazón sin hiél; á los que pretendan criticar su estilo personalísimo ó achaquen á falta -de modestia el que se ocupe tanto de si mismo, sin tener en cuenta que ha de referir hechos en que intervino ó presenció, les diré que Serra supo captarse siempre el aprecio y consi- deración de sus Jefes; tanto, que con frecuencia desempeñó cargos y destinos superiores á la categoría militar de que gozaba. Yo le conocí bien joven y Comandante muy moder- no, mandando en comisión uno de los más acreditados Bata- llones del Ejército de Cuba, en época en que se aquilataban mucho los méritos y servicios, y no ciertamente por falta de personal, y personal bueno, del empleo correspondiente. Hay en sus cuentos sabor local, aun cuando algunas veces VIII cae en el defecto común á todos los que, sin ser del país,, tratan de imitar el lenguaje- y el estilo de los criollos, blancos y del color; en el relato no se observa una unidad de criterio absoluta, pues las notas, ó tal vez, los cuentos mismos, han sido tomados ó hechos bajo la impresión del momento ¡y fue- ron tan varias las situaciones en que pudo encontrarse un militar en aquella guerra larga é irregular, á medida que la situación política inclinaba, ya á un lado ya á otro, la balanza de la victoria! ¿Qué importa que alguna vez llame ingrata á la bendita tierra de Cuba; que diga que el pacto del Zanjón es una prue- ba del odio de los cubanos á España (?) y que ésta no ha per- dido nada, antes bien ha ganado mucho con el abandono de la preciada Antilla? En todos los renglones de sus cuentos palpita el sentimiento por tan irreparable desgracia y se com- place en poner siempre de relieve la bondad de su suelo, la abundancia de sus recursos, la nobleza y el valor de sus hijos. Si pretende ensañarse contra Máximo Gómez (á cuyo- talento militar hará seguramente justicia la historia) censu- rando sus faltas de ortografía, vayase porque, casi á la par^ pone de manifiesto con entera crudeza los estragos de nues- tra desastrosa política ultramarina; si es pueril al describir el «Socorro á Victoria de las Tunas> , derrocha en cambio sen- timiento en «Perdido en los campos» y filosofía en «Un sobri- no de su tío» y si no convence en «Por insubordinado» pone el dedo muy en la llaga ¿n «Prisión de un cabecilla (Briga- dier) cubano» . Mejor que yo, y no es modestia, juzgarán los lectores el mérito literario del trabajo de Serra, quien, por otra parte, no tiene pretensiones en este particular; pero por encima de todo, brilla su intención que es buena, y su espíritu militar que es excelente, circunstancias, ambas, que aisladamente, y con mayor razón de consuno, hacen el libro digno de ser leído y apreciado por sus compañeros de armas. Y aquí debiera yo dar por terminado mi humilde cometi- do, que ni los deseos del amigo exijen más ni á ello alcanzan mis medios; pero hay en estos cuentos muchas páginas que no lo son; que revisten caracteres descriptivos, de apreciación y IX •de critica en cuanto á recursos, planes y resultados en las operaciones estratégicas y políticas de los cuatro Generales que mandaron en Jefe el Ejército de Cuba durante la última guerra: Martínez Campos, Marín, Weyler y Blanco. Quede al autor la responsabilidad de sus afirmaciones y el acierto en los juicios; yo, cooperando al fin más ó menos práctico, que, al parecer, persigue, he de permitirme también echar, en este punto, vd cuarto á espadas. Para nada se menciona aquí la época del mando del General Calleja, Gobernador General de la Isla al lanzarse en Baire el funesto grito de independeucia, quien con su torpe política y su lamentable ineptitud contribuyó, antes y después de tan infausto suceso, á que se conspirase impunemente pri- mero, y tomara cuerpo después un movimiento separatista que, con relativa facilidad, pudo ahogarse en sus comienzos. Dígalo, y es un solo detalle insignificante, dado el horrible conjunto, el General Luque, Comandante General de las Villas entonces, en plena insurrección Oriental, sin más sín- tomas en aquella provincia de su mando que la evidencia de los trabajos de zapa, precursores de la famosa invasión, con que se contó siempre, hacia Occidente. El General, con su Jefe de Estado Mayor (el que esto escribe) y algunos Jefes de cuerpo y de guerrillas, trabajando sin descanso y en cometi- dos á las veces más propios de una buena policía, auxiliada por numerosa Guardia civil, lograron hacer que abortara por entonces la intentona, y detuvieron en una noche determina- da en muy distintos puntos de la provincia, desde Remedios á la Siguanea; en los cañaverales de Cienfuegos y en las sinuosidades de la Ciénega; en sus camas ó en el campo, con las armas ya en la mano, á los principales instigadores y hombres de acción comprometidos para el movimiento. Carri- llo, Araugo, Romero y tantos otros. De nada sirvieron nuestros desvelos; ni la abnegación del bravo Coronel Bonet que se batió at frente de un puñado de valientes voluntarios en los Cocos; ni la audacia de nuestros guerrilleros en Yaguaramas; apenas recibida la noticia por el Capitán General mandó que todos fuesen puestos nuevamen- te en libertad, sin duda para que pudiesen fraguar mejor un X nuevo golpe que, efectivamente, llevaron á cabo estendiendo^ la guerra hasta Colón, antes de la llegada de Máximo Gómez. Si ha de escribirse algún día la historia de nuestras des- dichas coloniales, ciertamente que no es de envidiar la buena parte que en ella toca á tan infortunado gobernante. A no ser demasiado inmoral el pensamiento, cabría supo- ner que los días de interinidad en el mando del General Marín hasta la llegada de Weyler, el único que pudo acabar con la guerra por la fuerza de las armas; que la obra política y mi- litar de aquel caudillo, no tuvo más objeto que dificultar la gestión de su sucesor, completando la desorganización y el desconcierto que preconizaron el mando del General Martí- tínez Campos en su postrer etapa cubana. Gracias á que, en su interinidad también como Jefe de Estado Mayor, el hoy general Suárez Inclán, tuvo la clarividencia de comprender^ aunque recien llegado, que era imposible la guerra y la perse- cución que se venía haciendo, pié á tierra, á un enemigo mon- tado y que había podido aprovechar á mansalva todos los re- cursos que le proporcionaba la gran riqueza pecuaria del territorio que recorría, porque Martínez Campos no había ni aun querido firmar la orden de requisa general, que tan rudimentariamente estaba indicada. Diéronse bien estudiadas y completas instrucciones para el avance de toda la caballería que vegetaba en Oriente y gran parte de la del Centro y aún alguna de la del Oeste de las Villas, y pudo contar con tan valioso apoyo el nuevo Gene- ral en Jefe, quien tuvo, en primer término, que dedicarse á or- ganizar sus propios ejércitos, dotándolos de los elementos ne- cesarios para una larga campaña, metódica y preconcebida. Poco después de la llegada de Weyler, primorosamente secundado en su primera etapa por el ilustrado General Ochan- do, Jefe de Estado Mayor General, la guerra se hacía en for- ma muy distinta que hasta allí; las zonas fueron delimitadas; ^ las atribuciones concretas; la emulación renacía; la responsa- bilidad se exigió y el orden fué poco á poco restablecido. Sola entre las provincias de Matanzas, Habana y Pinar del Río se movilizaron con todas las formalidades y requisitos precisos más de quince mil hombres del país, á pié y caballo, estable- XI -ciendo también dentro de aquel territorio setenta factorías de provisiones, muchas de ellas con dotación de ropas y calzado en depósito para las tropas; veintiséis hospitales y treinta y dos parques provisionales para el municionamiento, llevando ade- más á Pinar del Río ocho compañías de transportes á lomo independientes de las columnas. Algunos meses después de la muerte de Maceo, el osado General cubano, cuando el traidor Angioleti preparaba el ^olpe tenebroso que había de privar á Epaña de uno de sus más grandes hombres, el Jefe de Estado Mayor de aquel ■cuerpo de Ejército recorría con solo unas parejas de escolta los más distantes destacamentos de su distrito, atravesando sin ninguna clase de peligro los sitios más sospechosos y donde se habían librado poco tiempo antes combates formi- dables. Ya lo he dicho antes: la guerra había terminado en Occi- dente hasta la trocha, y el General Weyler hubiera hecho la paz en el plazo ofrecido; de ello están convencidos cuantos militares sirvieron á sus órdenes y así debieron temerlo tam- bién nuestros enemigos. Preparada estaba y quedó la opera- ción de avance á Oriente, para aniquilar á Calixto García y barrer los restos de la insurrección hacia el Camagüey, don- de hubiera llevado probablemente el golpe de gracia, cuando llegaron á Cuba los Generales delnttevo régimen, con la cual cataplasma y con el prurito de hacer en todo y para todo lo -contrario de cuanto hubiera hecho ó propuesto su antecesor, creyeron hallar la panasea que debía salvar la patria. Así salió ello. No es el llanto consuelo que enaltezca al hombre, ni con lamentar lo ocurrido pondremos remedio á nuestros antiguos •errores; pero creo, como mi amigo Serra, que esas lecciones del pasado debían aprovecharnos para modificar nuestra conducta en el porvenir. Mientras tanto y hasta que llegue ese momento histórico de nuestra regeneración, conformémonos repitiendo, como él >ner no\\áa& frescas de usted, Salud y buen éxito le desea su General, »M. Gómez.» De otra carta: «Tórnente, vivo atajando poyos, (i) Dise el Capitán americano, que »habla muy mal el español, que el corresponsal este que tenemos aqui del »Heral, que yo no confío mucho en él, ha escrito muchas cartas diciendo »todo lo malo de nosotros, y nada de lo bueno, y ni tampoco lo malo de »los españoles. Que Trinidad perdido, que los cubanos no sé baten, que »Juan Bravo, el brigadier de Trinidad ha recibido por ventas de ganado »$ 10.000 y no se quien otro más y la mar de denuncias. Eso dise el ca- » pitan y el cónsul al ver las cartas que eran 10 las rompió y no quiso dar- » les curso. Procure V. hablar con ambos y con mucha habilidad, procu- »rar saber lo que haya de serio en todo eso, y de verdad, para ver de »modo de conjurar el mal que esas cosas puedan causarnos en estos mo- (Ó Pollos. — 3 — »mentos que cualquiera circunstancias según sea influlle en pro 6 en con- »tra allá en el Exterior, y sobre nuestros asuntos. Ahí lo van viendo todo »lo que yo digo y peleo, si todos los cubanos estuvieran coretos nadie se » atrevería á informes semejantes. Pero trabajemos los derechos para »€nderesar á los torsidos, afmo. — Gómez.» Creemos que los dos botones que anteceden, bastan para la muestra.. No hay que dudar que el descuido de algunos jefes de columna, ó con- fianza de superioridad, mal material y la mala dirección de algunos com- bates de otros, en aquella primera guerra, proporcionaron á los cubanos algunas victorias parciales en Las Guásimas, Mojacasalz, Cuatro de Julio, Naranjo, Palo Quemado, Tunas, Las Cruces y otros puntos. Contrarres- taron este mal efecto con sus brillantes operaciones, el Conde de Valma- seda en Oriente, el General Portillo en el Centro y Jovellan en las Villas. La suerte para España entonces, fué que el General cubano Vicente García, no quiso nunca abandonar su territorio del Este, donde tenía mu- cho prestigio, y temeroso de la gloria de Máximo Gómez, rehusó reunirse á éste en 1874 para efectuar juntos la invasión de las Villas, pues el plan de este último, era el mismo que llevó á cabo veinte años más tarde; esto es: llegar á las puertas de la Habana con el incendio, la destrucción, el te- rror y la muerte; pero como Vicente García, repetimos, no quiso nunca obedecer al Generalísimo Máximo Gómez, se quedó aquél en Oriente,, mientras éste muy disgustado se internó en las Villas, en 1874. Los generales Concha, Valmaseda y Jovellan, dirijieron muy bien las tropas, para combatir y aniquilar la insurrección, los cuales fueron man- dados por los generales Pueyo, Valera, Weyler, Esponda, Portillos, Ce- vallos, Menduiña, Correa, Arias y otros, que prepararon el terreno al Sr. Martínez Campos, para perseguir mejor al enemigo con sus columnas pequeñas, batiendo á los cubanos hacia el Centro y después en Oriente hasta llegar á una paz honrosa, con el convenio del Zanjón, en 1878. A mi llegada á Cuba, en 1875, salí á campaña inmediatamente y á las órdenes de varios generales y jefes operé sobre el enemigo en Las Villas y Oriente, asistiendo á muchos combates, en los años 75, 76, 77 y 78 y entre otros, recuerdo los de Mazamorra, Derrumbe, Resbalosa, Viajacas, Lomas Malas, Quemado Grande, Arroyo Blanco, Bacallao, Orbea, La Larga, Monte Oscuro y Siguanea. En todos estos combates, en los que el enemigo no hacía más resisten- cia que la necesaria para retirar la impedimenta, apenas se obtenían resul- tados satisfactorios, por cuanto que los insurrectos, cuidaban muy bien de sus flancos, que al ser jaqueados ó amenazados por un destacamento,, avisaban al grueso de su fuerza para retirarse á toda prisa, cuya persecu- ción incesante, que desde luego hacíamos, producían más bajas en nues- tras tropas que las que nos hacían con sus armas de fuego y con sus célebres machetes. — 4 — Era el sistema de los cubanos en armas. Huir del contacto de las tro- pas; rehuir los combates; cansar al soldado para llenar los hospitales de enfermos y aniquilar á España con la duración de la guerra, por el gas- to constante y necesario en hombres, víveres y material de guerra. ¡Aquéllo era una sangría suelta en las venas de la Nación! ¡Un río de sangre y otro de oro! Si pudiéramos presentar á nuestros lectores una estadística del nú- mero de españoles que han muerto en y por las guerras de Cuba y del in- menso capital que España ha tenido que desembolsar con motivo de ellas, se horrorizarían de las cifras; sin embargo calculamos las pérdidas en cuatrocientos mil hombres y en medio millón de millones de duros ó sean dos mil quinientos millones de pesetas, precisamente la mitad de lo que pagó Francia á su vecina la Prusia, en 187 1. ¡Qué lástima de sangre y que lástima de oro! Mas, no desmayemos. España tiene hoy más habitantes españoles que antes y es mucho más rica que entonces. España no ha perdido nada con haber dejado á Cuba; antes bien, ha ganado mucho en moralidad administrativa, porque aquella rica y hermosa isla, parecía patrimonio de varios caballeros, que de la nada se han elevado al pináculo de la opulencia; y aquí, que tanto se blasona de honradez, se trata con más consideraciones á los irregularizadores de los tesoros nacionales, que á los tontos, que de América, han venido con los bolsillos llenos de aire. Así, Cuba, tenía que perderse, y se perdió. i Ya lo decía una copla antigua! «La Habana se va á perder la culpa la tienes tu, etc.» La célebre paz del Zanjón, personificación del odio que los cubanos tenían á España y sobre todo á sus gobiernos, no fué más que el pacto de una tregua aceptada por la activa persecución de que fueron objeto, pro- bándolo así, el que no dejaron de conspirar, de recoger dinero para la Jun- ta Revolucionaria y prepararse para otra guerra que estalló en 1 879, llama- da Chica, porque solo duró nueve meses, gracias á la política de atracción que allí se desarrolló para evitar nuevamente las ofensas al Pabellón espa- ñol. Los cubanos entonces tuvieron que ceder, sin Zanjón, ante la razón del poder de España, consolidándose al fin la paz. Más tarde, la Junta Revolucionaria, á quien no convenía se acabase el /«rr¿í;í¿/^j^»2a, organizó los comités para la recaudación de la contribu- ción voluntaria de todos los separatistas para el aumento del fondo, con destino á la guerra; contribución que pagaban los residentes en Cuba y extranjero, ricos y pobres y cuyo capital se reunía en New- York, en el domicilio social de «Cubalsland War» ó sea en el de la Junta Revolucio- naria, incluso parte del dinero de los bandidos que vagaban por los campos. Las partidas de secuestradores que en todo tiempo se han conocido en — 5 — Cuba, salvo raras excepciones, no eran tales partidas de bandidos por cuenta propia; eran partidas de cubanos en armas contra España, con el nombre de bandolerismo, probado entre otros actos individuales y colec- tivos, con la protección que se quiso dispensar á los célebres Machines en la Habana, que al fin fueron ejecutados en público por ladrones y asesi- nos, y con los recibos que daban los secuestradores en nombre de la Re- pública de Cuba. Estos bandidos solo fueron perseguidos en los campos y no en las ciudades donde residían los verdaderos secuestradores directi- vos que trabajaban á cubierto de toda sospecha. Además de la activa persecución de que eran objeto los bandidos de los campos, por guardia civil, policía y fuerzas movilizadas, había natural- mente la inteligencia persuasiva de los secuestradores con algunas perso- nas de la Habana y otras poblaciones, que ayudaban al Gobernador Ge- neral para que los bandidos se retirasen del campo y ante tales promesas, se tenía la esperanza de un éxito. ¡Como si matando el efecto, se acabase con la causa! Un día, la primera autoridad de la isla, cansada de esperar tanta pro- mesa llamó á cierto individuo, muy conocido por sus condiciones físico- morales y le hizo marchar al campo para ofrecer á los bandidos el perdón y pasaporte para el extranjero. Los pobres diablos aquellos, ante el brillo -del ofrecimiento y \di'& juerguecitas que se prometían en la ciudad del puen- te de Broockling, donde hay tanta avenida de lager, sandwichs y ladies, aceptaron muy contentos y al entrar en el buque que debía conducirles al deseado punto de la Estatua de la Libertad, se encontraron con la po- licía que los mató á tiro de revólver, uno á uno. El clamoreo entre los cubanos y ciertos periódicos, á quienes el ban- dolerismo aumentaba sus tiradas, con esperanzas de un porvenir más li- sonjero, fué de puro coraje y demostración patente de sus respectivas impotencias, ante la férrea actitud del General Polavieja, que consiguió calmar á tirios y troyanos, imponiéndose por sus propios respetos agri- dulces. Sin embargo, los cubanos seguían laborando su faena separatista y tan al descubierto, poco después, que en la célebre acera del Louvre (Ha- bana) se trataban cada uno según el empleo que tenían, diciéndose: ¡Ola, capitán! ¡Buenos días, general! ¡Adiós, coronel! etc. etc.; así, sin miedo alguno de que se les oyese; insultando á los peninsulares á menudo y armándose cada zambra de palos, tiros, silletazos y botellazos, que da- ban la hora y ocasión para hablar y escribir sobre el asunto, arrimando cada cual el ascua á su sardina y oliendo todo á disgusto, odio y pólvora, pues hasta algunas cubanitas, muy preciosas, por cierto, nos llamaban pa- tones y nosotros aellas...; la débacle, en fin, en plena paz, resultando de todo ello, más palos, más tiros y más desafíos, seguidos algunos de muerte. Los partidos políticos protestaban y pedían reformas. Algunos diputados cubanos, en el Congreso, llegaron hasta amenazar con irse al Aventino y nuestros gobiernos tan ciegos, sin querer ver ni oir, cuando tan fácil les hubiera sido conceder á Cuba una autonomía bien en- — 6 — tendida y aprovechada, que apagase los fuegos de la conspiración y evita- se la guerra, que entonces venía á grandes pasos. De error en error, se pasó el tiempo sin hacerse nada de provecho y cuando más descuidada estaba España, se dio el grito de guerra en Baire, el 25 de Febrero de 1 895, grito de independencia ó muerte con que se di6 principio al comienzo del fin de nuestra dominación en América. ¡Ah! ¡Si Cánovas, Sagasta, Montero, Castelar ó Moret, Maura ó Sil- vela hubieran ido á Cuba de Gobernadores Generales, á buen seguro que hubiesen evitado á tiempo el desastre colonial español! ¡Mas, estaba escrito y había de ser lo que fué, hijo de la decadencia española! Empezada la guerra, Martínez Campos fué á Cuba, con su misma polí- tica de atracción anterior, creyendo tan bondadoso General, que muchos personajes cubanos, que aún estaban en las poblaciones, esperando el mo- mento para irse al campo, eran españoles y gente de palabra. Cuando el General se convenció que le engañaban inicuamente ¡ya era tarde! La in- vasión de insurrectos á occidente, el incendio, la destrucción, el robo, el rapto y la muerte por todas partes, hicieron que el pánico se apoderase hasta de los más indiferentes. Cuba tenía que perderse. ¡Estaba escrito... en inglés! De los muchos incidentes notables que ocurrieron y me ocurrieron, en aquellas campañas, sólo haré mención de los siguientes: 1875 Perdido en los campos La columna del Coronel D. José Vergel, compuesta de los Batallones de la Corona núm. 3, al mando del Sr. Heredia; del de Asturianos que mandaba el señor Suárez Valdés, y una sección de Artillería de Montaña, salió de Guaracabulla, (Villas) hacia Minas-Bajas y Quemado Grande, en busca del mismísimo Máximo Gómez. El coronel, del cual era secretario, ordenó que me incorporase á la fuerza montada, toda vez que esta formaba en vanguardia. Obedecí la or- den muy contento; pero aquel día, con motivo de un reconocimiento sobre el flanco derecho, la fuerza montada quedó á retaguardia de la columna, tan detrás, que como los gallegos del cuento, nos quedamos solos, los 80 de á caballo. El capitán que mandaba la fuerza, dispuso que viese desfilar aquel escuadrón, para que los soldados no dejasen claros y estuviesen pre- venidos á evitar una sorpresa ó emboscada enemiga. Al efecto me detuve y observé á la tropa, que marchaba con mucho orden; más al atravesar un río tropezó un caballo que cayó dentro, sin más consecuencias que el con- siguiente remojón de caballo y jinete, teniendo que detenerme un momento para no dejar solo á aquel individuo, que se montó á los pocos momentos; más al ir él á montar, puse mi caballo al galope para alcanzar á la fuerza. El camino que recorría en aquel momento, era tortuoso, estrecho y se- — 7 — •guía bajo un expléndido bosque de exuberante vegetación, con miles de árboles «plantados por la mano de Dios mismo». En una confluencia de veredas, tomé un camino por otro, que me hizo ir al potrero de Palo Prieto, muy conocídb-en los anales de las dos guerras de .Cuba, por varios combates de importancia que allí se han librado, Al fijarme en el suelo y al no ver el rastro 6 huellas de la columna, comprendí queme había perdido y con el azoramiento natural, pues era nuevo en aquel territorio, volví grupas y metiéndome por otro camino distinto, me extrañé más de lo que estaba antes. Sabía muy bien el nombre de Minas Bajas, punto donde estaba la co- lumna; más no sabía por donde se iba y como mi situación allí era difícil y peligrosa, miré hacia el fondo del potrero de Palo Prieto, para observar el terreno, cuando vi un hombre á caballo que venía hacia el punto donde es- taba, que era la linde del monte con el potrero. Saqué el rewólver, me ocul- té detrás de unos árboles y cuando mi hombre estaba á diez pasos de mí, le apunté con el rewólver y le dije: — Buenas tardes, siga V. el camino de Minas Bajas y si encontramos cubanos, le levantaré la tapa de los sesos. El hombre aquel, llevaba machete y rewólver como yo y me dijo muy sorprendido: — Siga V. detrás de mí. Le seguí y á los tres cuartos de hora que me parecieron tres siglos, dimos vista á Minas Bajas, donde se veían los humos de mi campamento. Entonces sin darle la mano, le indiqué que podía retirarse, sin abandonar mi actitud /eroche, ¡Con seguridad tenía más miedo que él, de pensar en el peligro que había corrido aquella tarde! Con direcciones opuestas echamos á todo correr él hacia su Cuba libre y yo hacia la columna. A todo esto, mi coronel, que me había llamado para redactar unas co- municaciones, estaba desesperado y temía por mí, porque no estaba en todo -el campamento, por lo que dispuse que la fuerza montada saliese á bus- carme hacia el río. Entre tanto llegué y me presenté muy contento, reser- vándome desde luego el motivo de mi tardanza. El coronel me preguntó la razón de venir solo y tarde, á lo que le contesté queftiid reconocer unas veredas, por si había htie lia del enemigo. Ni á tiros hubiese dicho la ver- dad, porque dejé escapar á un cubano armado y si le di Hbertad fué porque sin su ayuda providencial, no hubiese obtenido la mía. Entonces el coronel, dijo: — Pues no sea V. tan celoso, porque el mejor día, le llevarán ante el -chino-viejo, (Máximo Gómez). Al siguiente día, el Coronel Vergel, por Bagá, izquierda y el Teniente Coronel Suárez Valdés, por Mina-Rica, derecha, entraron en el potrero de Quemado Grande y batieron á la partida de Gómez, que hizo ligera resis- tencia para huir á uña de caballo hacia Monte Oscuro, Cafetal González y Siguanea, donde estuvimos también días más tarde en combinación con otras columnas, por lo que D. Máximo, tuvo por conveniente é hizo muy — 8 — bien, tomar las de Villadiego y esconderse por donde pu^o, diseminando sus huestes libertadoras. Vivir de milagro Un día del mes de Enero de 1876, las columnas de los Coroneles Ver- gel y Fortein y la del Teniente Coronel Mozo Viejo, estaban racionándose en los ingenios de Zara y S. José y en el poblado de Placetas (Villas) res- pectivamente, distantes entre sí á menos de una legua, cuyo terreno inte- rior formaba un triángulo rectángulo y cuya hipotema ó base está entre Placetas y Zara y el resto superior en S. José, así: . .^ \^^^'^<».ZtL*^ _# jC ^ '*! .«.1» yíuctStkJk Pues bien; los Alféreces Velez, Lázaro y Serra, previo permiso del Coronel Vergel, fuimos de Zara á Placetas para hacer algunas compras y á nuestro regreso, al llegar al punto A sonó una descarga de fusilería y cayó muerto Velez. Como por encanto, surgieron ginetes enemigos, ha- ciendo fuego unos y amenazando con el machete otros. Lázaro, asustado y con la boca abierta, no se defendió matándole en el punto B. Entonces volví grupas, metí las espuelas, casi en los hijares del caballo, que empren- dió vertiginosa carrera hacia Placetas; aquello no era correr, sino volar; pero los cubanos me persiguieron, gritando y disparando sus armas, cuyas balas pasaban á dos líneas de mí. Como iban cerrando 1^ distancia poco á poco y el camino á recorrer era largo todavía, paré el caballo de re- pente, bajé al suelo, disparé dos veces el rewólver sobre el insurrecto más próximo y me interné en un cañaveral, que atravesé, metiéndome en otro y luego en un tercero; pasé el manigual C y el arroyo D y derivando sobre la izquierda, entré en Placetas, más muerto que vivo, pero sano y salvo, aunque con fuertes arañazos en distintas partes del cuerpo, sin sombrero y con la ropa hecha girones. Las columnas de Placetas, S. José y Zara, al oir los tiros, salieron de — 9 — sus cantones y tuvieron ocasión de batir á tan atrevido ó ignorante enemi- go, ocupándole varios caballos con montura y entre ellos el mío. Encontraron los cadáveres de Velez y Lázaro y como no veían el mío y sí mi caballo, estuvieron buscándome después del combate» hasta que me presenté cabalgando en otro rocinante que me habían facilitado en Place* tas, para ir á Zara, donde estaba la columna de que formaba parte. Todos me felicitaron, atribuyendo mi salvación á verdadero milagro; pues á todos, y á mi más todavía, nos pareció imposible salir ileso de trance tan apurado. Defensa de Trinidad En el mes de Julio de 1876 y destinado al Batallón Cazadores de Si- mancas, embarqué en Batabanó para Tunas, en el vapor Gloria; pero al llegar al puerto de Casilda, intermedio, encontré dos Tenientes de mi ba- tallón que debían embarcar en el próximo vapor y quieras que no quieras bajaron mi baúl y mi maleta, nos subimos al tren y á la media hora está- bamos en Trinidad, donde debíamos esperar tres días á que llegase otro vapor para seguir después nuestro viaje á Tunas (Santi-Spiritus). Entonces había en Trinidad, de Comandante Militar un Coronel, que todavía usaba corbatin de suela y tenía un geniazo de todos los demonios, cuyas circunstancias ignoraba y mis dos compañeros no tuvieron en cuenta. No bien había llegado al domicilio de dichos oficiales, la gente corría por las calles, r. I / ••» i- ' 3* -' » •^ * V. ' s%>.\ ■'^'«K podrían aclararse estas dudas. ¿Murió Martí por balas españolas ó cubanas? Hay .dudas y averigüelo Vargas. A otro territorio El 17 de Junio de 1895, abordo del Villaverde, pasó mi Batallona Cienfuegos. En el mismo buque viajó el General Martínez Campos con su Estado Mayor y cuando el Batallón estaba ya formado en el muelle de Cienfuegos se presentó el General D. Agustín Luque, á quien Martinez Campos dijo: — General: aquí le entrego el mejor Batallón que tengo. Empléelo V. bien. El General Luque asintió con una inclinación de cabera. Cienfuegos es la perla del Sur, como allí la llaman, por ser una pobla- ción rica y bonita, que pertenece á la Provincia de Santa Clara. — 42 — En esta provincia, en aquella fecha estaba empezando á herbir la olla; es decir, que las partidas de cubanos se estaban organizando en espera de armas y municiones de los Estados Unidos, que se alijaron poco después, entre Tunas de Zara y Trinidad, sin peligro alguno para ellos. El ilustrado y bizarro General Luque, dispuso que mi Batallón marchase al Este de Santi-Spiritus, á Iguará, como centro de operaciones, que con actividad emprendimos, pero como el enemigo no quería combate, huía de nuestro contacto, tanto que en un mes que estuvimos allí no hubo ninguna acción de guerra. Un traidor á la patria A fines de Junio de 1895, me mandaron con dos compañías para practicar una operación de guerra. Fui donde dijo el jefe y el enemigo no esperó. Una noche que vigilaba el servicio del campamento, encontré dormido en una hamaca al oficial de cuarto, Teniente N. y en su vista imitando á Napoleón I, que en igual caso se quedó de centinela, fusil en mano, me dediqué á pasear cerca del oficial amigo de Morfeo. A la media hora despertó, se levantó y me dijo: — No hay novedad. — ¡Ya lo sé! Le contesté de mal cariz. Al amanecer y estando reunidos todos los oficiales^ les dije: -Señores: cuando corresponda hacer el servicio de cuarto al teniente N. lo haré por él, porque como anoche se quedó dormido, sin tener en cuenta que era la salvaguardia de los que nos tocaba descansar, no quiero que los insurrectos nos corten el cuello sin saberlo nosotros. Todos los oficiales le miraron con desprecio y aprobaron mi determi- nación. El teniente N., hombre ya de 48 años, carecía de hábitos militares por haber estado separado del servicio activo mucho tiempo y era muy cínico. Tan pronto me avisté con el Teniente Coronel, le di cuenta del proce- der del oficial y como correctivo, le mandó destacado al Fuerte de Pelayo, que cubría uno de los pasos del río Ibatibonico. Pues bien; aquel mal oficial á los dos meses, fué traidor á la patria, en- tregando el puesto con armas y municiones á Máximo Gómez y debió por- tarse con éste tan mal, que no le admitió á su lado. Presentado el teniente N. á nuestras autoridades, sin haber tenido valor para levantarse la tapa de los sesos, se le formó Consejo de Guerra y gracias á ciertas indicaciones y á que parte de la prensa de Madrid había emitido juicios favorables al teniente Gallego, que se fusiló en Santiago de Cuba, por un caso igual en Ramón de las Yaguas, solo se le sentenció á cadena perpetua. I Aquel traidor á la patria, está hoy indultado y en libertad! ¡¡Oh!! ¡Pobre España! — 43 — Un héroe Mi Batallón que era el de la Unión, 2.° Peninsular, tenía que relevar el destacamento de Bellamota, al Norte del río Ibatibonico y el jefe eligió al teniente D. José Ravenet, dándole orden para que con un sargento, dos cabos, un corneta y treinta soldados marchase al amanecer á su destino, que distaba unas cinco leguas. El oficial muy atento, fué á mi tienda de campaña para despedirse y entonces le dije: — ¡Cómo! ¿Vá V. á ir solo con su pequeño destacamento? — Así lo ha dispuesto el jefe, contestó. —¡Eso es un disparate, hombre! Espere V. un momento. Y me presenté al jefe diciéndole: — ¿Quiere V. que con mi compañía custodie al destacamento de Be- llamota? — Bueno; pero acompáñele hasta Jobosí nada más y desde allí que siga solo. Volví donde estaba Ravenet y le manifesté que le acompañaría hasta Jobosí. Salimos y al despedirse Ravenet en Jobosí le dije: — Le aconsejo á V. no se descuide durante su marcha ni en el desta- camento de Bellamota* y no olvide que vale más morir por la patria que rendirse. Mucho ánimo y si se vé V. atacado briosamente por el enemigo, no desmaye y acuérdese de mí, que es lo mismo que si estuviese allí man- • dando, pues ya conoce V. mi actitud en todos los combates. — Muchas gracias por su consejo que no olvidaré un momento y si me viera muy apurado, no dude que me acordaré de V., me dijo: Y tendiéndole la mano porque era un oficial muy simpático, le con- testé: — Pues á Dios y mucha suerte. Nuestro teniente Ravenet marchó hasta sin práctico; durante un buen rato quedé mirando aquel puñado de soldados y aunque un presentimien- to me anunciaba novedad, regresé al campamento de mi jefe en cum- plimiento de las órdenes recibidas. ¡Oh! ¡El deber de la obediencia! Por mi parte hubiera ido detrás de Ravenet, cual padre protector de su hijo; pero fué imposible y no cabía aplicar una iniciativa prudente sin incurrir en falta grave. Veamos ahora lo que ocurrió al teniente Ravenet. Habiéndose perdido de camino y no sabiendo por donde seguir, llegó á una casa habitada, cuyo dueño se negó á guiarle; pero Ravenet le obligó á ello. Aquel hombre llevó al oficial á un campamento enemigo, cuyas avanzadas arrolló y al entrar en él, fué recibido por nutrido fuego que le hicieron los insurrectos y sin desanimarse, pues mandaba unos soldados. — 44 — muy aguerridos, avanzó hasta una casa que había en una lomita próxima, que tomó y desde ella, hizo una brillante defensa. El enemigo admirado de tanto valor, cesó el fuego y le mandó dos parlamentarios, que despidió sin oirles, reanudándose el ataque de los cubanos y la defensa de los soldaditos de mi batallón, que sin cesar el fuego, vitoreaban á España. La partida insurrecta era de 800 hombres, al mando de un tal Zayas y llegó hasta dar fuego á la casa que defendía Ravanet. Cuando éste estaba más apurado y casi perdidas las esperanzas de un éxito, desde el fondo del bosque de la izquierda se oyeron varias descargas de fusilería que por su reglamentación, denunciaban proceder desde luego de tropas españolas. El enemigo huyó y se presentó un capitán con dos compañías del Re- gimiento Alfonso XIII, vitoreando á España y al Rey. La alegría de unos y otros, no tuvo límites. El teniente Ravenet, después de tanto fuego como le hizo el enemigo, no tuvo más que dos heridos y gastó casi todas las municiones. Los insurrectos tuvieron sensibles bajas y el cabecilla Zayas, hombre de hidalga natura por excelencia, mandó una comunicación á las autorida- des de Santi-Spíritus, diciendo que el teniente español, se había ganado la cruz laureada de San Fernando. El General Martínez Campos, en su vista y del parte de mi jefe, le ascendió á capitán. Cuando volvió Ravenet á los pocos días, llevaba ya las tres estrellas y corriendo como un loco hacia mí, me dijo: — A la orden mi capitán, (saludando militarmente.) ¡Y éramos los dos capitanes! En el acto le abracé; le di mi más completa enhorabuena por sus éxi- tos y las gracias por haber seguido mis consejos. Entonces, añadió: — Bien sabe Dios, que en el momento del peligro me acordé mucho de V. y hasta me pareció verle á mi lado dándome ánimo, pues me vi tan apurado, que no creí escapar del aprieto. — Muy bien, muy bien, le dije. Bendigamos las confianzas de nuestro jefe; pues sin la disposición de mandarle á V. solo á Bellamota, no sería V. capitán. Acto seguido convidé á comer á mi colega Ravenet y envié dos bote- llas de rom para aquellos treinta valientes, que tan alto pusieron el honor de las armas españolas en aquel día. ¡Loor á los héroes! Acción de Peralejo El General Martínez Campos, en la primera quincena de Julio de 1 895, llegó á Manzanillo y parece que tuvo necesidad de ir á Bayamo. El General Santocildes reunió las fuerzas que pudo y antes de for- — 45 — marlas enteró al General en Jefe del estado de la insurrección y hasta de la conveniencia de que no saliese hacia Bayamo, no solamente por el na- tural peligro que pudiera haber, sino por las consecuencias que de haberlo, pudiesen resultar. El bonachón y entusiasta de D. Arsenio, quiso ir á Bayamo, y fué, por encima de la oposición del cabecilla Maceo, fiando sin duda, en su buena estrella, aunque dos meses antes le oí decir: «¡Tanto va el cántaro á la fuente...!» Salieron las fuerzas española s hacia Veguitas, con rumbo á Bayamo. Como la insurrección tenía mejores espías, confidentes y exploradores que nosotros. Maceo fué avisado con tiempo de la excursión de nuestro General en Jefe y contó con el suficiente para reunir unos cinco mil cuba- nos, que colocó en magníficas posiciones, en espera de la columna espa- ñola. Llegada ésta, fué recibida con un fuego horroroso, en ángulo ofen- sivo, fuego que fué contestado por los españoles, á medida que iban en- trando en línea, sobre ambos frentes. El General Martínez Campos, al ver la inesperada obstinación de los cubanos, ordenó á los Tenientes Coroneles Escario, Toraz, San Martín y Vaquero, diesen varios ataques á la bayoneta, consiguiendo avanzar algún terreno; mas viendo también que el enemigo era muy numeroso y que la acción de guerra presentaba mal cariz, tuvo un rasgo táctico-extratégico, propio de un general, es decir, de mano maestra. Ordenó que la retaguar- dia flanquease ofensivamente por la derecha y se convirtiese en vanguar- dia, siguiendo las demás tropas el movimiento, por escalones y sin cesar el fuego. Como el cabecilla Maceo le esperaba más á la izquierda, para intentar un ataque decisivo, no se apercibió de la estratagema de nuestro Gene- ral, hasta que éste estaba ya muy cerca de Bayamo. El titulado general Maceo, al verse burlado, sufrió una gran decep- ción, sobre todo cuando supo que tenía más bajas que los españoles y eso que entre las de éstos se contaba la del valiente General Santocildes, que murió atacando briosamente una de las posiciones que ocupaban los cu- banos. Maceo estuvo alrededor de Bayamo, sin intentar atacar la población aún sabiendo como sabía, que los españoles habían gastado todas las mu- niciones y á los tres días se enteró también que varias columnas iban sobre Bayamo, en auxilio del General en Jefe, por lo que prudentemente evacuó aquellos campos. Entonces los españoles regresaron á Manzanillo sin novedad. Aunque la victoria no fué de i>inguno de ambos bandos, se demostró, que 1.500 españoles, podían batirse siempre con 4.000 cubanos, pues el arte de la guerra, favorece siempre al que mejor lo aplica, según las cir- cunstancias que concurren en los combates. Días antes de la acción de Peralejo (12 Julio 1895) el General Santo- cildes, del que fui secretario en tiempo de paz, me escribía dándome la enhorabuena por la recompensa de que fui objeto en la acción de Dos- -46- Ríos, donde hicimos huir á uña de caballo al Generalísimo Máximo Gómez y donde entre otros muertos recogimos el cadáver de José Martí, presidente de la República Cubana. La carta copiada á la letra, dice así: «Querido Serra: Gracias por su carta del mes an^rior y ya tenía no- ticias de V., de sus iniciativas y valor. Le felicito por sus éxitos en Dos- Ríos, que no me extrañan, porque la verdad se abre paso siempre. Dígame si quiere venir á mi lado, pues ya sabe que le quiero. Lola y niños bien. Adiós y es su amigo, Fidel A. de Santocildes.» ¡España perdió un General muy bueno, con la muerte de Santocildes! Acción de Alegría Este combate fué resultado de un reconocimiento hecho en las estriba- ciones de Sierra- Maestra (Oriente) por los Batallones de la Unión é Isabel la Católica. En vanguardia iba el primero y á retaguardia el segundo. A vanguardia del primero, la guerrilla montada y detrás mi compañía. Al llegar á un punto distante media legua de Cerro-Pelado, observato- rio del enemigo, el jefe ordenó que con mi compañía y guiado por el práctico llamado Podio, flanquease montaña arriba y entrase en el cam- pamento enemigo por retaguardia, mientras el resto de la fuerza entraría en el mismo por la vereda de monte del camino principal. Después de trepar la montaña cubierta de bosques y de pasar entre varias casas de familias que vivían en Cuba libre y á las que no se molestó para nada como de costumbre, llegamos á un punto desde el que vimos la avanzada insurrecta sobre la meseta de Cerro-Pelado. Entonces me dirigí á tomar dicha altura, evacuada ya cuando llegamos á ella; pero al asomarnos sobre el campamento enemigo situado al pié de dicho cerro y separado por el río Alegría, vimos á la partida de insurrectos mandada por Masó Parra y en el acto, dos secciones de mi compañía rompieron el fuego sobre aquella jente, que hizo poca resistencia; mas al observar que empezaban á retirarse hacia el Pico de Turquino, la altura mayor de la isla de Cuba, bajé con las otras dos secciones, atravesé el río Alegría y penetramos en el campamento que fué quemado y destruido en el acto, con todo lo que dejaron los cubanos. La persecución no dio resultado, por que el flanqueo de la izquierda abandonó la altura para bajar al campamento enemigo y la columna, no solamente no penetró en éste, sino que se quedó á distancia de un cuarto de legua de él en un sitio donde había varios bohíos de guano, que creye- ron sin duda, era el verdadero campamento enemigo; tan lejos quedó la columna, que no oyó el fuego graneado que hizo media compañía desde Cerro-Pelado. Si de toda la fuerza de la columna, se hubiese mandado medio Batallón — 47 — de flanqueo por donde entré y fui; otro medio por donde fué el Teniente Verdugo con una sección por la izquierda, y el otro batallón hubiese entrado francamente y sin detenerse hasta el gran campamento que tenía el Cabecilla Masó Parra, junto al río Alegría, mal lo hubiera pasado éste y su jen te, pues los españoles hubiéramos obtenido una brillantísima victoria por la derrota completa de aquella partida cubana, que tuvo suerte aquel día, por falta de un plan mejor meditado y ejecutado. Combate de Santa Lucía Esta acción fué larga, á gran distancia y sin resultado positivo. Jugó el cañón varias veces y tocó la custodia de piezas de artillería á mi com- pañía. Como en aquel día era espectador en el centro de una gran sabana 6 prado de espartillo, casi circular y tomadas las disposiciones convenientes^ coloqué una sección en guerrilla sobre el flanco derecho, dos cerca de las piezas y otra con frente á retaguardia. El tiroteo de ambos contendientes era nutrido y los dos cañones lanzaban granadas al enemigo, por encima de nuestros soldados. Al ver alguno de éstos de mi compañía, comerse su tajada de carne, me entró apetito y sin bajarme del caballo pedí al asistente algo que masticar; me dio una chuleta asada y un pedazo de pan que empezé á comer bajo el silbido de las balas que pasaban por encima de nosotros y oyendo chistes muy graciosos á los soldados. Cada vez que el cañón disparaba, la mayor parte de los caballos del Estado Mayor, Artillería y otros, se asustaban y bailaban un ratito, menos el mío que permanecía impasible, ante el zambombazo del cañón. Una de las veces que el caballo del valiente y bondadoso General González Muñoz, bailó de lo lindo, vino á parar cerca de mí y al fijarse el General en la inmovilidad del mío, dijo: — ¿No se asusta su caballo, Serra? — Es sordo mi General, contesté. Se echó á reir de la gracia y al verme dar una dentellada á mi chuleta, exclamó: — ¡Pero que hace V.! ¿Está V. comiendo? — Ya que hoy no me toca batirme con esos desgraciados, bueno es entretenerme con algo. El General que siempre fué muy afectuoso conmigo, me preguntó: — ¿Que le parece á V. este combate, Serra? — Me parece bueno; pero estamos gastando muchas balas. Mande tocar ataque si lo cree conveniente y verá V. como acaba todo enseguida. Dicho y hecho; el cornetín tocó atención general y ataque, que se ejecutó inmediatamente, terminándose la acción por la huida del enemigo, que se internó en las montañas de Sierra Maestra. Al siguiente día (17 Septiembre 95) se dieron varias batidas parciales, por aquellos montes, incendiando pequeños campamentos y caseríos; se -48- talaron muchos sembrados y platanales, recogiendo cuantas viandas, reses, caballos y aves se encontraron. Estas «racias» eran de útil efecto por que privaba al enemigo de su aprovisionamiento, lo cual les hacía más daño que las pocas bajas que tenían en los combates de guerra, pues el soldado español entonces, si valiente, era muy mal tirador por falta de ins- trucción suficiente. El enemigo generalmente, quedaba bajo de la trayec- toria de los proyectiles, cuyo terreno batido estaba más allá de él y cierto día, me convencí de esta aseveración, pues habiéndome ordenado el jefe flanquear la columna por la derecha, la vanguardia de ésta tomándome por enemigo rompió el fuego sobre mi tropa y comprendida la equivoca- ción, ordené á todos echarse al suelo y al cornetín de órdenes, alto el fuego y la contraseña. Al cesar el fuego me enteré con gran satisfacción no haber tenido herido alguno y entonces dije: — ¡Pero señor! ¡qué mal tiran los soldados de mi batallón! Las balas pasaron todas por encima de nosotros y advertí que si no se afinaba la puntería, estábamos perdidos, porque el enemigo no tendría miedo á nuestros fuegos, casi siempre inútiles, por lo altos y desviados de los objetivos. Poco después y al reunirme á la columna, dije al jefe: — Apesar del nutrido fuego que me ha hecho su vanguardia, no he tenido novedad alguna. — ¡Ha sido una equivocación muy lamentable, por cierto; contestó. — Pues gracias á que de la Península nos vienen los reemplazos, casi sin instruir; que si llegan á ser tiradores, me divierto, como hay Dios. ¡Bien dice el refrán, que no hay mal que por bien no venga! El servicio de forrajes En un día del mes de Septiembre de 1 895, en ocasión de haberse dado descanso de unos días á la columna, quedé al mando de todas las fuerzas, en el Ingenio de Media Luna y con noticias que el enemigo proyectaba atacar á las fuerzas montadas y acemileros, en los momentos de cortar el forraje para el ganado, previne á todos del peligro y tomé posiciones convenientes. El enemigo que ya venía para realizar sus designios, fué visto por un centinela, que al disparar su arma, malogró la operación, pues aquél se retiró después de cambiar unos cuantos tiros. En la guerra si las órdenes no se cumplen tal como se comunican, se malogran los planes mejor combinados. Vista la tendencia de los insurrectos cubanos, á sorprender las tropas en el servicio de la corta del forraje, previne al Capitán de la Guerrilla montada, que no se descuidase nunca, por que el enemigo continuaría acechándole para arrollarle y machetear su jente. Trasladado el Batallón á Manzanillo y la Guerrilla montada al Ingenio del Cano, fué por fin sorprendida, en ocasión de estar forrajeando y — 49 — después de un combate lijero, el enemigo se llevó 32 caballos con montura y 21 prisioneros. ¡Prueba que el oficial que mandaba aquella fuerza olvidó mi consejo de tener siempre mucho cuidado! De Capitán á Alcalde Mi jefe, según órdenes recibidas, dispuso que mi compañía cubriese -el destacamento de Campechuela (Costa-Sur-oriental) y que allí me encar- g^ase de la Comandancia de Armas y de la Alcaldía Municipal. Como mis inclinaciones eran las de estar siempre mandando tropas, en operaciones de guerra, que practicaba siempre con mucho entusiasmo, me permití manifestarlo á mi jefe, quien no quiso atenderme y quieras que nó tuve que ir á Campechuela y hacerme cargo de ambos cometidos. Allí me dijeron que al primer Comandante Militar, le habían matado en un combate y que al segundo le habían macheteado, dejándole casi muerto y que aún estaba muy grave en el Hospital de Manzanillo, aña- diendo muchas cosas más, bastante terroríficas, (para los espíritus timo- ratos), como para probar mi estado de ánimo y mi temple. — Bien, bien, contesté y añadí: aquí hay mucho que hacer y tenemos que trabajar todos, militares y paisanos, por que si el enemigo me hace el honor de atacar la población, bien y pronto, quiero recibirle dignamente y darle las gracias con los mausers por su atención, pues había venido de España para hacer la guerra y no para perder el tiempo. Enseguida reuní en la Alcaldía á los principales personajes de aquella población y expuse las necesidades del momento; se nombraron varias comisiones y al mes quedaron arregladas las calles, la plaza y alumbrado; los fuertes y fortines en forma de herradura cuya parte abierta era la playa y en el extremo opuesto y en sitio elevado, el fuerte principal y en medio de la herradura, el pueblo. Publiqué un bando de buen gobierno, racioné los fuertes de provisiones de boca, guerra y sanidad y fijé en los mismos unas instrucciones muy precisas para vigilancia, comunicación y defensa y orden para morir, antes que rendirse. Dicté otras disposiciones de seguridad, enseñé los dientes á varios cubanos sospechosos y que los centinelas hicieran fuego, desde la oración hasta la diana á toda persona que entrase ó saliese en la población sin el •competente permiso. Los habitantes aquellos iban más derechos que un huso y me tenían tal respeto que no osaban una desatención, sin embargo de mi carácter alegre, franco y expansivo. Una cesantía Había en Campechuela un individuo que hablaba inglés; alto, seco, tuerto y con gafas azules, bigote entre-cano, moreno y cubano enragé, que cuando llegaba el vaporcillo-correo al muelle recibía bastante corres- pondencia para la insurrección. — 50 — Como yo iba también al muelle para observar á los cubanitos que viaja- ban, vi un día á mi tuerto con un paquete de correspondencia que tenía en la mano y entonces llamándole aparte, le dije: — Supongo, my friend, (amigo mío) que V. no deseará todavía ver primero á S. Pedro y luego á Dios Nuestro Señor. Nuestro hombre se quedó más blanco que el papel y con mucho cinismo contestó: — ¡No comprendo á V.! — Pues bien; queda V. cesante de su cargo de correo para la insurrec- ción, mientras V. resida en este pueblo, y no olvide V. que amigo que avisa no es mal amigo. Di media vuelta y me retiré dejándole con la boca abierta. Protección del enemigo A cuatro kilómetros al Este en la misma costa, había un destacamento- de mi batallón, mandado por un oficial, á cuya tropa se enviaba la carne- cada tres días, que llevaba un muchacho á caballo en una yegüita. Un día, varios insurrectos salieron al camino y decomisaron la carne al muchacho. En el acto reuní cien hombres armados y llevé otra carne, regresando sin novedad. A los tres días volvió el muchacho á llevarla y á su regreso me entregó- un pliego cerrado, dirijido á mí del que saqué una cuartilla que decía: «República de Cuba. — i.®'' Cuerpo — 2.* División — i.* Brigada. — Es- tado Mayor». «Puede V. seguir mandando la carne con el muchacho al destacamento- de Ldba Hueca, que las fuerzas de esta Brigada no lo impedirán y le- conviene no salir de ahí con fuerzas. En Patria y Libertad 18 de Noviembre de 1895.— El Teniente Coronel deE. M. — I. Castillo. — Al Comandante de Armas españolas en Campe- chud^.» Al pié de aquel documento, escribí lo siguiente: «Muchas gracias, señor elefante; saldré al campo cuando lo crea con- veniente. La carne irá á Leiba Hueca, con ó sin el beneplácito de los insu- rrect«>sque me rodean por ahí. — A. Serra Orts. Y con el mismo muchacho, devolví aquel diw'iso protector. Ataque á Campechuela El 22 de Noviembre de 1895, fui avisado que se veía jente al rede- dor de la población, como á un kilómetro ó más de distancia. Esta noticia no me alarmó, porque mi confidente, ya me había dicho que tomase mis- precauciones, pues se decía por el campo, que Campechuela sería atacada y tomada. Los insurrectos, al mando del cabecilla Ríos, iniciaron el ataque desde lejos, rompiendo el fuego á las ocho de la mañana, sin duda para que mis- — 51 — soldados gastasen las municiones inútilmente, verificar después el apro- che é intentar el asalto más tarde. Como el enemigo estaba lejos, ninguno de los fuertes ni fortines con- testó al fuego, cumpliendo así con mis instrucciones, pues el fuego debía hacerse al toque preciso de atención general y fuego, dado por el cor- netín de órdenes. Visto por el enemigo nuestro silencio, cesó de tirar y al cuarto de hora reanudó sus fuegos por ambos flancos, cesando y empezando otra vez de cuando en cuando hasta las once de la mañana. En aquel momento monté á caballo, recorrí el pueblo animando á los paisanos y á las tropas de los fortines. Luego subí á lo más alto del tejado del Ingenio «Dos- Amigos» inmediato para reconocer el campo con los jemelos, observando al enemi- go que aún estaba allí y en aquel momento, rompió el fuego nuevamente. Entonces tampoco contestaron los fuertes y mandé izar la Bandera Nacio- nal en el fuerte principal y habiéndola visto, redoblaron el fuego por más •de media hora...; cuando el enemigo se cansó de tirar, cesó el fuego que más bien parecían salvas, porque no hubo bajas entre los militares ni -entre los paisanos. Por la tarde, vino al fuerte un chiquillo y me entregó un papel que decía así: «Al Comandante de armas de Campechuela. Deseamos evitar la efusión de sangre, le conviene á V. entregar las armas cuanto antes y se le respetará.» Así; sin fecha, firma ni sello. Se conoce que aquel Estado Mayor se había dejado en su casa mani- güera la oficina de campaña y casi escribía como aquellos Paraguayos de los sobrinos del Capitán Grand. En su vista, contesté: «Si es broma, pase; mas ha de saber V. que no solo es inútil su gestión, ^inó también sus ataques á la población. ¡Acerqúese á 500 metros si se atreve! ¡Qué se ha figurado V.! Y con el mismo chiquillo devolví aquel papelucho. Ignoro el efecto que les produciría mi contestación; pero allí estuve hasta fin de Diciembre de aquel año, sin novedad y sin oir un tiro. Invasión á Occidente Un día del mes de Octubre de 1 895, supe por mis confidentes, que los Insurrectos estaban reuniéndose para marchar hacia Occidente, con el fin de llegar hasta las puertas de la Habana, con el terror, el incendio, el sa- queo, el rapto y la muerte. En el acto lo puse en conocimiento del Sr. General González Muñoz, y no dió crédito á la noticia. Pues bien; á los pocos días el General tuvo que salir con toda la fuerza -disponible y llegó tarde porque la insurrección expedicionaria había pasa- •do ya el río Cauto y se había internado en el Camagüey (Puerto Príncipe.) — 52 — Cuando el General en Jefe lo supo, ya estaba el enemigo cerca de Las. Villas (Santa Clara) y continuó su rápido avance hasta el mismísimo Cabo» de San Antonio, extremo occidental de la isla de Cuba. El cabecilla Maceo, el 2j de Octubre de 1895, salió de «Mangos de Baraguá» con los invasores sobre Occidente y en dirección de Holguín; cruzó el río Cauto por Las Vueltas de Baraguá con unos 700 infantes que mandaba el negro Quintín Banderas y 500 caballos al mando de un tal Feria. En medio de estas fuerzas iba el Consejo del C^obierno Cubano con su escolta y una banda de X£í<\.úq.^ forestal. El día I.'' de Noviembre se incorporó á Maceo el Regimiento de Martí, al mando de un catalán llamado Miró y el Regimiento de Sarcia que comandaba un tal Santana. Cada uno de estos regimientos montados, tenía unos 300 hombres. Reunidas las fuerzas que componían un total de 1.800 hombres,. Maceo nombró Jefe de su Estado Mayor al catalán Miró y siguió el avance hacia Tunas de Victoria, donde tuvieron noticia de la existencia de tropas españolas en límites de Puerto Príncipe. Como Maceo no quería combates y sí solo avanzar hacia Occidente, rehuía el encuentro de los españoles que sin embargo le alcanzaron y batieron en Guaramanar y Lavado. Durante el mes de Noviembre de 1895, Maceo avanzó hacia Las Villas, unas cien leguas, reuniéndose con Máximo Gómez en el potrero Reforma (Santi-Spíritus.) Al rededor de estos cabecillas todo era verdadero entusiasmo, al ver que las columnas españolas iban quedando á retaguardia á medida que ellos iban avanzando. Próximo á la Trocha de Júcaro á Morón, operaban columnas de tropa al mando de jefes entusiastas como Echagüe, Nario, Cevallos, Aldecoa, Aldave, Luque, Garrich, Oliver, Segura, Rubín y otros y aunque algunos- sostuvieron ligeros conbates, ninguno tuvo la suerte de poderse meter á fondo, dentro de la insurrección, por operar estas columnas casi indepen- dientes y haber faltado un Estado Mayor que les hubiese dirijido en sus itinerarios combinados, para detener á la fuerza el avance de la insurrec- ción. Suárez Valdés en la Reforma; Rubín en Las Varas y Segura cerca de Iguará, fueron los que tuvieron combates más sostenidos, en Noviembre y Diciembre de 1895. La insurrección siguió su itinerario hacia Santi-Spirítus y Remedios y otras fuerzas por Fomento, Quemado Grande y Manicaragua, donde acudieron tropas españolas y tuvieron diferentes combates en el Quirzo y Siguanea, con el General Oliver. El 1 5 de Diciembre, el Coronel Arizón en Maltiempo, sostuvo un combate contra toda la insurrección, teniendo 67 muertos y 28 heridos; pero el resto de la columna se rehizo y conservó el terreno del combate. Los insurrectos tuvieron también muchos muertos y heridos por la masa compacta que presentaban todas las fuerzas reunidas de Maceo y Gómez, unos 5.000 hombres cubanos, contra 400 soldados bisónos y casi sin ins-^ — 53 — trucción, desembarcados días antes de España. En este combate, el coronel Arizón mereció bien de la Patria, digan lo que quieran los cubanos de aquella jornada. Si una columna de mil soldados aguerridos se hubiesen batido en Maltiempo, en vez de los 400 bisónos, mal lo hubieran pasado las huestes de Maceo y de Máximo Gómez. El enemigo invasor después que dejó la guerra encendida por todo el territorio de su retaguardia, siguió el avance por las jurisdicciones de Cienfuegos, Colón y Matanzas, dedicándose á quemar fincas, ingenios y poblados incluso toda la caña, que ya estaba buena para la elaboración del azúcar de aquel año. Un pequeño destacamento español que estaba en la colonia Antilla, fué atacado y no capituló á pesar de estar ardiendo el fuerte. Sentimos no saber el nombre de aquellos héroes y buenos soldados. Esto ocurrió el 2 1 de Diciembre de 1895, según un diario de operaciones de la propia insu- rrección, la cual tuvo aquel día 28 bajas que hizo aquel heroico destaca- mento compuesto de 25 hombres. El 23 de Diciembre, en Coliseo, hubo un combate de más de una hora de duración que produjo sensibles bajas en ambos combatientes. El com- bate lo presenciaron Máximo Gómez y Maceo de un lado y el General Martínez Campos del opuesto. Este marchó á la Habana y la insurrección á Occidente, dejando encendida la guerra en toda la isla. Si en Octubre de 1895 se hubiese tomado en consideración mi aviso, ocupando los pasos del río Cauto y más tarde los de la trocha Júcaro-Morón y río Ibatibonico, la invasión hubiera llegado muy debilitada y quizás no hubiese pasado de las Villas; pero además de no haberse hecho así, se mandaron columnas de infantería para la persecución de las fuerzas insu- rrectas de caballería, por cuya razón nunca se las pudo dar verdadero alcance, .circunstancia que favorecía á los cubanos, al dejar á su retaguar- dia todas nuestras columnas. La insurrección cubana, en su avance de invasión á Occidente, quema- ba los campos de caña dulce, los ingenios, casas aisladas y pueblos sin defensa, saqueándolos, raptando mujeres y asesinando á seres inocentes por el delito de ser españoles ó cubanos al parecer indiferentes. Aquello era horrible, atroz; era la repetición de la invasión de los bárbaros del Norte, célebre en la historia universal y que solo á la isla de Cuba había tocado la desgracia de la reconstitución de aquella bárbara epopeya, quizás en justo castigo á los propios pecados de sus hijos. Los negros orientales se aprovecharon bien de todo lo que hallaban á mano, de personas y de cosas. ¡Corramos un velo muy tupido ante tanta iniquidad y tanta barbarie. Prisión de un cabecilla Corría el mes de Enero de 1896 y á bordo de un vapor que navegaba por la costa Sur, entre Cienfuegos y Batabanó, se me presentó un Teniente Movilizado diciendo, que en uno de los camarotes estaba el cabecilla insu- — 54 — rrecto Cepero, que siendo Coronel en la acción de Maltiempo, no dio •cuartel á los prisioneros de la columna del Coronel Arizón; que por aquel innecesario macheteo de soldados bisónos, recién desembarcados de la Península, le habían ascendido á Brigadier cubano. Venían también viajando en aquel vapor con permiso particular los Tenientes Coroneles de infantería Vázquez y Martinez de Morentin, á . Arturo Alsina de lo que ocurría y mientras tanto me acerqué un poco hacia el Ingenio. Vino el sargento montado con una escolta y le repetí las seguridades de mi ofrecimiento. A todo esto vino también el General Alsina y entonces se les ordenó que saliesen al camino por compañías. Hubo unos momentos de expectación y verdadero temor, en espera de que saliesen ó de que rompieran el fuego contra nosotros. Yo, que tenía ya mi pasaporte para regresar á la Península en el vapor del lode Octubre, (esto ocurrió el 6) me dije: -.- 87 - — Pues señor, solo faltaba que estos desgraciados nos hagan fuego y me rompan un hueso ahora que la guerra se acabó, después de haber estado todo el tiempo de la campaña batiéndome contra los cubanos. Por fin apareció en el camino el primer grupo; les ordené dejar la carabina, machete y correaje en el suelo; qué siguieran solos hacia el pueblo (para darles más confianza) y qué esperasen frente á las oficinas de su Tercio. Así fueron saliendo todos, y con varias carretas del Ingenio transporté á Cienfuegos las armas, correajes y municiones de aquellos desdichados. Desdichados, sí, por que siendo cubanos, como eran, queda- ban en Cuba desarmados á merced de los insurrectos contra los que lucha- ron durante la guerra, pues con raras excepciones, el Gobierno español no se acordó de ellos en aquellos críticos momentos que cesó nuestra domi- nación. Cuando me presenté al General Aguirre de Bengoa le di cuenta de lo ocurrido y de mi ofrecimiento, que aceptó y fué cumplido, con gran con- tento de aquellos pobres que expusieron sus vidas en defensa de España durante aquella lucha fratricida. ¡El héroe anónimo! ¡El soldado! ¡El soldado, sí, para quien son todas las fatigas y ninguna de las satis- facciones! El soldado español es el soldado entre los mejores del mundo. Va contento á la guerra; camina sin preguntar á dónde le llevan; aguanta las inclemencias del tiempo con verdadera resignación y para no entristecerse, canta, ríe y es ocurrente hasta en los momentos más críticos . Antes de empezar los combates miran con detención á sus jefes más pró- ximos y durante su mirada adivinan si habrá derrota ó victoria; nunca se engaña y vale tanto que al son que le tocan baila. Empeñada la acción de guerra avanza y hace fuego lo mismo que en los campos de ejercicio; pero hay que mandarle bien, pues de lo contrario teme la derrota y esto es muy peligroso. Ataca á la bayoneta con verdadero entusiasmo y con brío al mágico grito de ¡viva España! Terminado el combate el soldado vuelve á su alegría habitual. Cuando hay que comer, come; cuando faltan racio- nes y se presenta el hambre, no come, pero se ríe, usa buenas bromas y hasta baila. En fin, no es posible hallar soldado más noble, más sufrido y más valiente que el soldado español. Yo, que he estado diez años en campaña durante tres guerras, he visto al soldado lo mismo y hasta me parecían los mismos soldados que en otras campañas he tenido á mis órdenes. ¡Gloria, pues, al soldado español! No estaría demás y sería un acto de verdadera justicia que se legislase algo conveniente para recompensa del soldado. No basta, no, esa cruz de plata del mérito militar que se le concede, nó. Es preciso que á esa cruz ;se le anexione un trozo de terreno español como propiedad del agracia- — 88 — do, el dictado de Don y la partícula de nobleza — De — en su apellido, para que sus convecinos, cuando le viesen, le saluden con respeto por los servi- cios que presta á su Patria y al descubrirse ante él, dijesen: — ¡Ese fué soldado y se portó muy bien en la guerra! ¡Los niños se acostumbrarían á mirarle con veneración y ambiciona- rán llegar á hombres para ser útiles á su Patria con las armas en la manol ¡Viva, pues, el soldado español y quien le dignifique! Situación económica El pasivo del Erario español en 1880, por consecuencia de las guerras*, llamadas grande y chica, era fabuloso. Las tropas regresaron sin percibir sus alcances y los abastecedores del' Ejército quedaron arruinados la mayor parte. Al cabo de quince años se verificó una conversión de la Deuda de Cuba para pagar al Ejército el 33 por 100 de los alcances individuales,, perdiendo el personal el 67 por 100, por que sí. ¡Valiente modo de liquidar! Vino la última guerra. Durante 1895 y 96, se cobraba bien, en oro y billetes oro del Banco Español de la Isla de Cuba. Este Banco, como no tenía suficiente exis- tencia en oro y por disposición del Gobierno puso un sello á los billetes oro, que decía: Plata. Desde aquel momento empezó á bajar el papel y aunque á los Cuerpos- se les pagaba de cuando en cuando con aquellos billetes plata, con alguna bonificación, el comercio en un principio no los admitía más que al 50 por 100, desmereciendo cada día más y más, hasta que al final de la guerra no valía en plaza más que ¡¡el 7 por 100!! Esta anemia fiduciaria, la falta de fondos en los Cuerpos, la poca exis- tencia de raciones en las factorías militares y la subida de precios de los artículos de primera necesidad en todo el comercio, tenía que reflejarse en el estómago y en la piel del soldado, que mal alimentado, sin embargo de los grandes cuidados de los jefes de Cuerpo, pasaba forzosamente á los hospitales, cuyas salas eran insuficientes para admitir á tanto enfermo, que por otra parte, los hospitales y enfermerías tampoco podían alimen- tarle como debía serlo. La situación era angustiosa. Los esfuerzos de los jefes de cuerpo para cuidar bien al soldado por falta de elementos era también superiores á sus fuerzas. Y mientras tanto, exigiendo el movimiento continuo á las tropas en operaciones. Esto no debió ocurrir y no debe repetirse, por ser una vergüenza nacional. i Abandonar al Ejército en campaña hasta el extremo de no darle para comer! ¡Esto no ocurre ni ha ocurrido en ninguna nación civilizada! ¡Esto -89- ^olo ha ocurrido en España, donde parece que se desatiende hasta lo más sagrado! ¡Nuestros poh'ticos deben saber esto, para no permitirlo otra vez! ¡Dejar al Ejército sin comer! ¿Puede cometerse mayor delito de lesa Patria? «I ¡Tripas llevan piernas!!» ¡Caa...ramba! De las recompensas En 1 900, á consecuencia de un discurso que se pronunció en el Senado {por uno, que en paz descanse) dejando al Ejército en un lugar que por cierto no le correspondía, por no haberle hecho justicia, publiqué un artícu- lo en La Correspondencia Militar refutando aquel discurso y poniendo las cosas en su verdadero puesto. En aquel discurso se lamentaba y se ponía el grito en el cielo, admi- rándose aquel buen señor, de las 227.000 recompensas que se repartieron entre los tres ejércitos de Ultramar, y en mi artículo se demostró, entonces, que 21 1. 000 recompensas fueron cruces inferiores y menciones honoríficas y por lo tanto, negativas; siendo solo positivas las cruces pensionadas y algunos empleos, en número de 16.000, distribuidos entre 300.000 com- batientes, más bien más que menos. Hoy, con mejores datos, aunque quizás incompletos, podemos ocu parnos de este asunto, que nos dará idea de la forma y clase de recompen' sas que ha obtenido el Ejército que en Ultramar sulría y perecía en defen" sa de la integridad del territorio nacional. La cifra total de las tropas y cuerpos auxiliares que formaban los ejércitos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas llegó á unos 350.000 hombres. Las recompensas otorgadas á los tres ejércitos fueron para individuos de tropa 340.871 y para Generales, jefes y oficiales 30.1 18; total, 370.986. De estos datos, sacamos en consecuencia, que solamente corresponde una recompensa á cada combatiente y íin hilito de cinta roja ó galón de las 20.986 que tendríamos que repartir entre los 350.000 hombres que en lejanas tierras exponían su vida por la Patria. ¡Nadie podrá decir que se ha recompensado con largueza! Si tenemos en cuenta que de las 370.986 recompensas han sido nega- tivas aunque muy honoríficas 312.949, vendremos á saber que entre 350.000 combatientes se han distribuido 58.035 recompensas positivas, cómo son los empleos y cruces pensionadas; así es que por barba ó bigote ha correspondido á 1 4.295 de recompensas, pero si además no olvidamos que muchos militares han obtenido dos y más recompensas, vendremos á sacar en consecuencia que 300.000 combatientes desconocen lo que es una recompensa positiva, lo cual nos indica que el reglamento vigente no responde á los fines de su promulgación ni á los deseos é intereses del per- sonal armado ni á los de la Nación. Antes del vigente reglamento y como recompensa por mérito de — 90 — guerra, se concedía el grado del empleo inmediato (que dicho sea de paso- no debía haber desaparecido), la cruz roja y luego el sobre grado 6 el em- pleo. Hoy, con tanta clase de cruz, los pechos de los agraciados por dentro y por fuera resultan un verdadero calvario ^ así que los Generales de hace quince años llegaron relativamente jóvenes á los más altos puestos de la milicia, mientras que los militares que han tenido la suerte de distinguirse en las últimas campañas están marcando el paso y si llegan á Generales será cuando sean viejos, lo cual es una pérdida positiva para la Nación y para el Ejército. Y la razón de esta afirmación nos la está dando la prensa militar que un día y otro día clama por la rebaja de edades para llegar á la remozación de los cuadros orgánico-militares, haciendo coro á este clamor, muy opor- tunamente por cierto, el ilustre y bravo General Luque, con su circular de las reflexiones que ha sido bien recibida por los que piensan en el ma- ñana. La Ley actual de recompensas está llamada á reformarse pronto, pero muy pronto, sin olvidarse del soldado para algo más positivo que la cruce- sita actual. Vaticinio cumplido A fines de Abril de 1895 me hallaba con mi compañía haciendo un fortin en el Ingenio Ibatillo, ubicado entre S. Luis y Palma Soriano, Cuba. Una tarde que los soldados estaban descansando y de buen humor, se presentó ante ellos un hombre muy raro en su figura y en su traje. Mi hombre, de baja estatura, era de tez amarillenta, pelinegro y des- greñado, ojos negros y rasgados, nariz pequeña y algo achatada y barba clara y lacia. Por todo traje llevaba una especie de chambra á media manga y pantalón dril color tierra á media pierna. Sobre el cuello un collar de rosario con muchas medallas y cruces. No usaba sombrero ni zapatos. Los soldados al ver á este semi-peregrino comentaron á decirle frases inconvenientes y á reirse de él. Al oirles, salí al corredor de la casa donde estábamos y al momento comprendí la clase de hombre que tenía delante, por lo que reprendí á los soldados diciéndoles que hacían mal en burlarse de aquel pobre hombre. En el acto cesaron en sus chacotas. El peregrino-cubano, con voz enfática, levantando el brazo derecho con el índice extendido hacia el cielo, me dijo: — ¡Dios ve con gusto la defensa que V. me hace contra estos pobres^ que olvidan la educación que sus madres les dieron! Los soldados al oir lo bien que hablaba el peregrino, quedaron absortos y también me llamó la atención tanta corrección en el decir. Al mismo tiempo nuestro hombre con la vista fija en el Cielo y con la misma voz enfática nos soltó tres padre-nuestros y tres glorias, divina- mente rezados. — 91 — Terminada su oración que aguanté impávido y descubierto, le pregun- té de dónde venía y á dónde iba, contestando: — ¡Soy un hombre muy desgraciado! ¡He ofrecido ía promesa de reco- rrer tres veces á pié la isla de Cuba, ida y vuelta, sin tomar niás alimento, que pan y agua cuando lo encuentro, ni vestir otro traje que el que llevol ¡Después que cumpla mi promesa Dios dispondrá de mí! — Bien, le dije; pero con esta guerra, puede ocurrirle algún percance desagradable. — ¡Dios dirá, señor! — Bueno. La comida está pronta y por una vez ruego á V. haga la excepción de aceptar algo que le alimente. ¡José!, dije, dirigiéndome á mi asistente: Darle de comer á este hombre y luego le entregas un pantalón y una americana. — Gracias, señor, dijo el peregrino. No puedo aceptar más que un pedazo de pan y un sorbo de agua, pues de lo contrario, no podría cumplir la promesa que tengo hecha á la Virgen del Cobre. Comió pan, bebió agua y al despedirse, me dijo así: «Muchas gracias por todo. Dios que todo lo ve, no olvida nunca las buenas acciones que se hacen. Esta guerra será larga y V. se verá en ver- daderos aprietos; pero tendrá V. suerte y será colmado de honores.», Dio media vuelta y se marchó erguido y hasta en su figura, majestuoso- ¡Le seguí con la vista bastante rato como si no pudiese moverme ni mirar á otra parte! ¡Tal fué la impresión que me produjeron las palabras sentenciosas de aquel hombre! Pues bien, la guerra duró tres años más; me vi en ella en muchos lances apurados de los que salí bien, incluso dos veces que fui herido de bala gra- vemente y otra en que me abrí la cabeza á causa de una caída en un buque,, resultando una fuerte conmoción cerebral. Obtuve los empleos de Coman- dante y Teniente Coronel, dos placas de María Cristina y otras dos rojas del Mérito Militar, una mención honorífica y dos veces felicitado por cable por S. M. la Reina Regente (q. D. g.). ¡La profecía de aquel hombre se cumplió en todas sus partes! Una promesa El diario de Madrid El Correo publicó en 1 905 un artículo (cuya paternidad atribuyo al notable escritor militar Ibáñez Marín) dando fuerte parmoteo aun colega déla Habana, cubano «enragé», anti-español, pour rire, que se goza ó se gozaba en exacerbar los extinguidos rencores de aquella lucha fratricida, que tanta sangre costó á ellos y á nosotros. Aquel periódico habanero, digno de lástima y de mejor suerte, se com- place ó se complacía en publicar efemérides redactadas única y exclusiva- mente para demostrar su odio á la madre patria, que es lo mismo que de- nigrar á la mismísima madre que le dio el ser. Tales sujetos merecen, verdaderamente, la mayor de las conmiseracio- — 92 — nes por la fiereza de los ataques al octavo mandamiento, y así, la verdad histórica de aquellas efemérides, queda desde luego bastante mal parada. Por fortuna, aquel periódico cubano, no se lee más que entre la gente de menos ilustración de la perla de las Antillas y aun esa gente que tiene la conciencia en su rinconcito, comprende muy bien la exageración de aquel hermano nuestro, perdonado ya por el patriotismo español. El que escarnece á su familia, se escarnece á si mismo, y merece, sino el desprecio de sus familiares, la indulgencia plenaria que corresponde á su propio desvarío. Dice el articulista de El Correo, con muy buen sentido práctico, que el Depósito de la Guerra podía acumular ordenadamente, datos, documen- tos é informes de todas clases para depurarlos en análisis concienzudo y preparar los sillares para en su día construir la gran obra histórica de nuestras guerras coloniales. La obra es verdaderamente necesaria y de justicia, tanto más, cuanto que nadie ha podido apreciar, desde tan larga distancia, el sufrimiento mo- ral y físico de un ejército que peleaba con fantasmas cual el vómito ó fiebre amarilla, paludismo, coquexia, beriberi, anemia y los mismos cubanos que aparecían y desaparecían en la escena del combate con la velocidad del ciervo; las fatigas sufridas por el soldado español, aguantando un sol abrasador, lluvias torrenciales que todo lo mojaban, barrizales inmun- dos imposibles de pisar por su profundidad; desnudez, hambres á granel, rocíos cuya humedad calaba hasta los tuétanos y de ahí el reuma y hasta la parálisis, devorando la materia cruel y constantemente por toda clase de gérmenes morbosos. Si á estos sufrimientos físicos añadimos el constante movimiento del soldado en campaña, subiendo montañas, atra- vesando inmensos potreros de grandes yerbas, pasando ríos con agua de tobillo á cuello y hasta nadando, bajo una temperatura tórrida y hasta ecuatorial y bajo las balas enemigas, podrá comprenderse muy fácilmente la clase de guerra que allí se hacía; guerra irregular, tan irregular que aquello era muchas veces una cacería de hombres. Hay que haber estado allí en la manigua y entre el soldado para com- prender la realidad de aquellas fatigas en defensa de la Patria, y nó en la Habana y otras poblaciones, ni en Estados Mayores, como muchos, que dicen han estado en la Guerra de Cuba. Es tiempo pues de acometer esa labor, acumulando materiales milita- res para escribir á tiempo algo histórico que recuerde aquellos sacrificios y salve el honor de las armas españolas, puesto en cuarentena en casi todo el mundo por la pérdida de las últimas colonias, que tan inicuamente se arrancaron cual florones de la Corona de León y Castilla; pues van desapa- reciendo en desfile constante muchos generales y jefes, que heridos pre- maturamente por enfermedades adquiridas en aquellas guerras, mandaban columnas de tropas en constante movimiento, y sus recuerdos, datos, documentos ó memorias escritos ya, desaparecerán también con ellos. Todos los militares que tengan algo notable que contar ó que decir de las campañas ultramarinas, deben escribirlo en la prensa, folleto, memo- — 93 ^ ria 6 libro; pero ¿se puede decir aquí en España todo lo que debe decirse? ¡Desgraciado del que sintiéndose fuerte y patriota, dijese lo que por no ■convenir ahora, no debe decirse. Y esto me recuerda el título de uno de los dramas del insigne Eche- garay: «Lo QUE NO PUEDE DECIRSE.» Pues jvive Dios! que si mi vida se alarga, llegará un día en que presen- te al público un nuevo libro de verdadera sensación, con datos, fechas, nombres, casos y cosas que no deben bajar conmigo á la tumba por que los sagrados intereses de la Patria y de la Historia están muy por encima de los intereses personales de cada uno. Ni una palabra más, por hoy y al tiempo. Conclusión Que España y sus colonias estaban muy mal dirigidas y peor adminis- tradas, lo han probado los desastres de 1898. Que el Ejército español no tenía buena organización (ni tiene aún) para •el pase del pié de paz al de guerra; que estaba falto de material moderno {y está), poco atendido y mal ejercitado en el tiro de combate, lo hemos demostrado muy bien en las últimas guerras. Que la ilustración, valor y buen deseo de la oficialidad en general era y «s un hecho, no cabe dudarlo. Pues bien: ¿qué falta á España para terminar su decadencia y empezar la deseada regeneración? Falta buen deseo y más patriotismo en nuestros políticos para evitar los continuos cambios de Ministerio que hoy se parecen algo al célebre del relámpago y así ninguno puede desarrollar un programa político con gran perjuicio de los intereses generales de la Nación y particulares de los habitantes de España. Falta también más administración y hay sobra de ambición política. Por lo que respecta al Ejército, falta ocuparse mucho de él, para digni- ficarle y fortalecerle en forma moderna, pues ello costará más barato que una nueva hecatombe. Esta es la verdad. Nuestros hombres públicos, de error en error, no han sabido conservar nuestras colonias en la paz y casi pretendían que el Ejército, impotente por los presupuestos raquíticos é insuficientes, la salvasen, sin los elementos más indispensables para ello. Los Ejércitos de mar y tierra cumplirán siempre mejor con los fines de su creación y sostenimiento, cuanto más se les atienda. Si quieren victorias que gasten millones, pues el que algo quiere algo ha de costarle. — 94 — No lo olviden nuestros políticos. ¡Y cuidado con otra debácle! ¡¡Ojo al Cristo!! ¡Vive Dios! ¡Que las naciones que suelen asistir al Congreso de la Paz, están obser- vando si alguna se desarma 6 queda rezagada para quedarse con ella! •^ ípÍDieE -gi- "** ÍÍÍDICE PÁGINAS Dedicatoria III Consideraciones V A guisa de prólogo VII I.^ PARTE Un poco de historia i ¡Perdido en los campos! 6 Vivir de milagro 8 Defensa de Trinidad 9 Socorro á Tunas de Victoria ó paseo militar. . . . 10 Por insubordinado 11 ¡Rápida! 11 ¡Los cocodrilos! 12 Un sobrino de su tío 13 ¡Un milagro! 15 Regreso á España 17 La política y los partidos .18 Los Gobernadores Generales 19 2.- PARTE Españolismo dinúWdino 23 Sobre Aduanas 25 ¡Más millones! 27 El Batallón 2.^ Peninsular 28 El Marqués de Bueycito 29 El Andarín 32 Muerte de José Martí 35 A otro territorio 41 Un traidor á la Patria 42 ¡Un héroe! 43 Acción de Peralejo 44 Acción de Alegría 46 PÁGINAS Combate de Santa Lucía 47 El servicio de forrajes 48 De Capitán á Alcalde 49 Una cesantía 49 Protección del enemigo 50 Ataque a Campechuela 50 Invasión á Occidente 51 Prisión de un cabecilla 53 Suerte de un soldado 54 Regreso de Martínez Campos 55 Interinidad Marín 56 Llegada de Weyler 58 Por parte de la insurrección 58 Por nuestra parte • .... 59 Acción del Gato , . 61 Defensa de la Zanja 63 Una expedición filibustera 65 Muerte de Maceo 65 Varias operaciones y combates 68 Salvamento de cinco náufragos 71 Odisea trágica de un yankee 72 Planes de Weyler 73 3/ PARTE Mando del General Blanco 75 Víctima del quijotismo 77 Acción de Cueri-Duro (Oriente) 78 Guerra con los Estados Unidos 80 ¡Lo de Santiago de Cuba! 81 El honor de las Armas 85 Sublevación de 400 movilizados 86 ¡El héroe anónimo.! 87 Situación económica 88 De las recompensas 89 Vaticinio cumplido 90 Una promesa 91 Conclusión 93 H -o i^- Afi^ if^f HARVARD LAW UBRARY FROM THE LIBRARY OF RAMÓN DE DALMAU Y D£ OLIVART MARQUÉS DE OLIVART Received December 31, 191 1